Las hermanas Lisbon: la melancolía femenina en The Virgin Suicides
El dolor de existir en un mundo que no sabe escucharte.
Para las chicas que sienten demasiado.
Para las que alguna vez quisieron desaparecer sin hacer ruido.
Para las que se callan por no saber cómo explicarlo.
Y también para mí, por todas las veces que necesité que alguien me viera sin tener que decir nada.
The Virgin Suicides - Soundtrack — Escúchalo mientras lees. Acompaña todo esto mejor de lo que yo podría explicarlo.
El lunes pasado (16 de junio) me volví a ver Las vírgenes suicidas, en honor al aniversario de la muerte de las hermanas Lisbon. No sé, sentí que tenía que hacerlo. Esa película, tan frágil y melancólica, dirigida por Sofia Coppola en 1999 y basada en la novela de Jeffrey Eugenides, me tocó de una forma distinta esta vez. No sé si fue la luz suave que lo envuelve todo, la música de Air, o simplemente el momento en el que estoy ahora, pero me caló muchísimo más.
Más allá de la historia del suicidio de cinco chicas adolescentes, esta vez me pareció un poema visual sobre lo que significa crecer siendo mujer en un mundo que no te entiende, que no te escucha, que a veces solo te mira desde lejos, sin querer realmente acercarse.
La atmósfera es hipnótica, como si entraras en un recuerdo lejano que, de alguna manera, sigue siendo tuyo. Esa mezcla de imágenes estáticas, sonidos suaves, luces tenues… es como si todo flotara entre nostalgia y dolor. Las hermanas Lisbon no parecen reales del todo, más bien son como figuras que viven en un mito, en una memoria compartida. Esto me parece que es uno de los mayores logros que consigue Coppola: no contar una historia, sino dejarte sintiendo algo difícil de explicar.
Y ese sentimiento no es solo tristeza. Es algo más sutil, como una especie de melancolía que se queda contigo. Como si cargaras una historia que no viviste, pero que, de alguna manera, te pertenece. The Virgin Suicides habla de eso que no se puede mostrar del todo: lo que significa ser mujer, lo que significa desear, lo que significa estar triste sin que nadie lo note. Es una película silenciosa, pero que te deja llena de pensamientos.
En el centro de la historia están las hermanas Lisbon: Cecilia, Lux, Bonnie, Mary y Therese. Cada una de ellas habita el mundo a su manera. Aunque la película no profundiza al igual con todas, deja pequeñas señales con la que podemos llegar a entender que cada hermana representa una forma distinta de vivir el dolor de la adolescencia.
Cecilia, la más pequeña de todas, es la que rompe con todo. Es la primera en suicidarse, la que, como dice el narrador, “parecía tan poco conectada con la vida”. Pero justo por eso creo que era la que más entendía lo que estaba pasando. Ella lo veía venir. Tenía una tristeza tan grande que ni siquiera podía ponerla en palabras.
Para mí, Cecilia es como la inocencia que se quiebra antes de tiempo. Y su muerte… no es el cierre, es el inicio de la grieta. A partir de ahí, todo empieza a romperse.
Ella representa esa sensibilidad que a veces se ve como debilidad, pero que en realidad es todo lo contrario. Es sentir demasiado. Es mirar el mundo y notarlo todo, incluso lo que nadie más quiere ver.
Cecilia tiene algo que me toca mucho: esa forma de conectar con la nostalgia por adelantado. Como si ya supiera que todo se va a terminar. Es esa tristeza rara de echar de menos algo que todavía no se ha ido, pero que sabes que se va a ir. Como una infancia que ya empezó a desvanecerse, aunque todavía no te hayas despedido de ella.
Lux, que encima la interpreta Kirsten Dunst con una intensidad increíble, es seguramente la más inolvidable de todas. Es deseo, rebeldía, belleza, contradicción… todo mezclado. Ella intenta liberarse usando su cuerpo, como si fuera la única herramienta que le queda. Pero lo que encuentra no es libertad, sino un vacío tremendo.
Lux es como el cuerpo convertido en campo de batalla. Es deseada, observada, controlada, castigada. Su historia es la más física, la más visible, pero también la más malinterpretada. Todos la miran, pero nadie la ve de verdad.
Es la que más se expone, la que se anima a romper las reglas. Y por eso mismo, también es la que más se rompe por dentro. Porque no tiene un lugar seguro donde simplemente ser, sin que la juzguen o la usen. El sexo, para ella, no es placer. Es un grito. Una forma desesperada de buscar algo. De intentar sentirse viva, o al menos vista. Pero al final lo único que consigue es sentirse aún más sola, reducida a una imagen. Nunca una persona completa.
Bonnie es la hermana más callada, la que casi no dice nada pero cuya presencia te deja un nudo en el estómago. Tiene algo inquietante, como si estuviera entre dos mundos. En la novela dicen que era la más religiosa, como si estuviera buscando consuelo en otro plano, algo más allá del cuerpo, de este mundo que no le ofrecía nada. Bonnie es esa chica que parece no encajar en ningún lado, ni siquiera entre sus hermanas.
Bonnie usa el silencio como un grito. No se la escucha, pero está diciendo todo. Y lo más desgarrador es que nadie parece capaz de entender ese lenguaje. Su desconexión es tan profunda que parece flotar fuera de todo, como si ya hubiera empezado a irse mucho antes de morir.
Tiene esa forma de intentar poner orden en el caos con pequeñas rutinas, con fe, con gestos casi invisibles. Como si construir una estructura interna pudiera protegerla de todo lo que fuera se estaba destruyendo. Pero no lo consigue. Ni eso la salva. Su muerte, en el sótano, es probablemente la más cruda, la más difícil de digerir. Porque te enfrentas a esa verdad incómoda: que incluso las almas más silenciosas pueden estar gritando por dentro.
Mary es la única que sobrevive al intento de suicidio colectivo, al menos, durante un tiempo. Y por eso, para mí, es la más triste de todas. Es la esperanza rota. Es la que lo intenta, la que parece agarrarse a algo.
Ella es el reflejo de eso que muchas veces no se dice: que sobrevivir no significa estar bien. Que aunque sigas aquí, las heridas siguen abiertas. Y si nada cambia a tu alrededor, si todo sigue igual de asfixiante, no hay forma de curarse. Mary me parece la más humana. Es esa chica que quiere quedarse en el mundo, que busca aunque sea un resquicio de luz en medio de tanta sombra. Pero cuando esa luz no aparece… el cansancio emocional lo cubre todo.
Mary me toca especialmente. Es mi hermana favorita. No porque sea la más fuerte ni la más frágil, sino porque encarna ese deseo profundo de ser salvada, de no rendirse del todo, aunque todo esté en contra. Me dan ganas de abrazarla, de decirle que no está sola, aunque ya sea tarde. Tiene algo que mezcla ternura y dolor. Y me duele pensar en ella como la que más lo intentó.
Therese, la mayor de todas, es la más difícil de descifrar. Apenas aparece, siempre está en segundo plano, como si prefiriese no molestar. Habla poco, no se rebela, no destaca… y precisamente por eso, es la que más me desconcierta. Da la sensación de que ya lo sabía todo, de que había aceptado el destino antes que las demás.
Tiene esa cosa de resignación adulta que a veces aparece en la adolescencia, cuando dejas de pelear no porque no quieras, sino porque ya no ves sentido en seguir intentándolo. Therese no busca escapar, no arma jaleo, no se expone. Simplemente… aguanta. Y eso también es trágico, porque ¿qué hay más triste que rendirse en silencio?
Se intuye en ella cierta espiritualidad, pero no está claro si la usa como consuelo o como vía de fuga. En cualquier caso, parece haber asumido que no hay salida, que nadie va a entenderlas, que no hay un lugar donde estar a salvo.
Therese me hace pensar en hiraeth, esa palabra galesa que habla de una nostalgia rara, como por un hogar que quizás nunca existió. Es ese anhelo profundo de pertenecer a algo, a alguien, a un sitio donde una pueda ser comprendida de verdad. Ella carga con ese vacío sin decirlo, sin mostrarlo, sin pedir ayuda. Y en esa quietud también hay una forma de desesperación.
Y lo más triste de todo es que estas chicas no tienen voz. Toda la historia la cuentan los chicos, esos que las miraban desde lejos, fascinados, como si fuesen un misterio precioso que nunca llegaron a entender. Las observan, las idealizan, las convierten en una especie de mito… pero no se acercan de verdad. Nunca las ven por lo que son. Y esa distancia también es una forma de violencia. También mata.
Las vírgenes suicidas no va solo de la muerte, va de lo difícil que es vivir siendo una chica cuando todo lo que te rodea te niega, te aprieta, te encierra. Habla del peso de las expectativas, de la culpa, del miedo al deseo. De la represión que no solo viene de fuera, sino que se mete dentro y te va apagando por dentro. Es una peli que te enseña, sin decirlo a gritos, lo que pasa cuando no hay ningún sitio seguro para estar triste, para ser una misma, para simplemente respirar.
Y es también un retrato de una sociedad que mira a las chicas como si fueran una simple decoración, como si solo existieran para ser observadas, pero no escuchadas. Y eso, por desgracia, sigue pasando.
Esta peli me hace pensar en todas esas veces en las que una se ha sentido atrapada. Incomprendida. Sola, incluso estando rodeada de gente. En cómo, muchas veces, las chicas tienen que aprender a disfrazar su tristeza: convertirla en silencio, en belleza, en deseo… porque no se nos permite simplemente estar mal. Porque si estás triste, parece que tienes que justificarlo, maquillarlo, esconderlo.
Y, sobre todo, es un recordatorio: el dolor, la tristeza, la desesperanza… no son fallos. No te hacen débil, ni rota. Son partes humanas. Y merecen ser vistas, escuchadas, validadas. Aunque no sepas cómo contarlas.
Tengo 17 años, y no sé si es por la edad o por las cosas que me han pasado, pero esta película me atraviesa. Hay escenas con las que conecto de una forma que ni siquiera sé poner en palabras. No porque haya vivido exactamente lo mismo que las hermanas Lisbon, sino porque conozco esa tristeza silenciosa. Esa que no se nota, la que una aprende a esconder, a disimular con ironía o con una sonrisa.
A veces me siento como Lux, con ganas de ser libre pero sin saber por dónde empezar. Otras veces, como Bonnie, que necesita creer en algo más grande solo para no sentirse tan sola. Y otras, como Mary, que intenta quedarse, que quiere encontrar una razón para seguir, pero se cansa de esperar. Hay días en los que entiendo esa mezcla rara entre el deseo de estar aquí y el impulso de desaparecer sin hacer ruido. Esas emociones no son tan fáciles de explicar, pero The Virgin Suicides las muestra sin necesidad de gritarlas.
Y eso es justo lo que más me gusta de la película: que no intenta darnos respuestas. Porque a veces simplemente no las hay. A veces las chicas estamos tristes, y ya está. Y no pasa nada. No es que tengamos un problema, no es que haya algo “mal” en nosotras. Solo que sentimos mucho, y muy a fondo.
Creo que por eso esta peli se ha convertido en una de mis favoritas. Porque me siento vista, de verdad. No expuesta, sino comprendida.